viernes, 3 de febrero de 2012

Los zapatitos del niño de la Virgen del Rosario.

Lectura:
LOS ZAPATITOS DEL NIÑO DE LA VIRGEN DEL ROSARIO
La mañana era gris, pesada... la garúa caía sin cesar en la Plaza Dos de Mayo, cuando Nicolás bajó de un ómnibus como un sonámbulo. El muchacho como todos los días llegaba a las ocho de la mañana con su cajón de lustrar zapatos. El pobre niño de escasos ocho años, según decía, vivía en Chosica con su tía Valentina, pues sus padres habían muerto en   Ayacucho como consecuencia del terrorismo.
Nicolás cerca al kiosko de periódicos “El Tigre” se dispuso a trabajar. Sacó su betún, sus escobillas y comenzó a llamar a la gente:
–Una lustradita, señor... caballero, una lustradita... señor, señora, joven... nadie se acercaba. La mañana gris... estaba pesada...
            Al ver que una dama se acercaba se alegró.
–Una lustradita, señora –le sonrió, pero al notar sus sandalias trastabilló. La desconocida, muy atenta lo animó.
–Claro que sí, niño, una lustradita. Le entregó dos pequeños zapatitos. Nicolás hizo la señal de la cruz, para darse suerte y comenzó su trabajo. Los zapatitos color azabache comenzaron a brillar y a sonar.
            La señora de la sandalia, de pronto, sobresaltada dijo:
–Niño disculpa, por favor... Tengo un billete de... –buscando en sus bolsillos, agregó– disculpa... no tengo ni un centavo –se le notó preocupada. Diríamos, arrebolada.
–¿No tienes veinte centavos para mi desayuno? –preguntó el niño, desesperado. La dama que estuvo dispuesta a darle el billete de cincuenta soles, señalando su bolso explicó:
–Niño, no te preocupes, dejo unos documentos para fotocopiar al frente y regreso. No te preocupes, amiguito.
–Está bien –musitó Nicolás y le entregó los zapatitos con sus respectivos cascabelitos que dejaban escuchar una melodía especial.
            La señora se fue y Nicolás comenzó a llamar a sus clientes. En un santiamén aparecieron los obreros de la Municipalidad de Lima, con el apoyo de un camión cisterna, mangueras, escobillas y detergentes,... lo desalojaron.
            Nicolás, paso a paso avanzó por la Avenida La colmena, desvinculado del mundo, apareció en el atrio de la Iglesia Santo Toribio de Mogrovejo. Cansado, se sentó en una de las graditas, con mucha hambre y sin un centavo en los bolsillos. Miró la puerta de la iglesia, hizo la señal de la cruz, con mucha fe, y cuando se dio cuenta ya estaba en el interior de la iglesia. Un tanto asustado se acercó al resplandor de una imagen..., pero de pronto, el cuerpo le parecía una enorme piedra que apenas podía mover... sintió escalofríos, pues su mirada se detuvo en un par de zapatitos en los pies de un niño que descansaba en los brazos de la venerada imagen: La Virgen del Rosario. “Esos zapatitos los he lustrado” –pensó– “Sí, esos son”  –se emocionó mirando los cascabelitos.            Se acercó un poco más hacia los pies del niño... Miró a todas partes, cogió los zapatitos y los cascabelitos... Esos zapatitos los había lustrado en la mañana. Pero, oh sorpresa, cuando se disponía colocar los zapatitos en los pies del niñito se deslizaron dos monedas de uno de los pequeños calzados... estaban calientitas.  
–Oh, Dios mío –se sorprendió. Y se escuchó una voz.
–Esas monedas son para ti.
            Nicolás colocó los zapatitos en los pies del niñito y comenzó a alejarse; pero sus ojos se detuvieron en las sandalias que delicadamente cubrían los pies de la Virgen. La cabeza se le hizo un mundo pesado, quiso levantar la mirada para verla... no pudo. Hizo la señal de la cruz. Oró con devoción... levantó la cabeza y vio el rostro feliz de la Virgen del Rosario. Lentamente se retiró.
            Cuando se encontraba en las graditas, cerca a la pista, se le acercó la dama de la sandalia con quien había dialogado en la mañana.
–Niñito, te estuve buscando –le dijo. Le dio cincuenta soles, le abrazó y muy apresurada se fue.
             La colmena se vía atestada de transeúntes.

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